Um poema de Sergio Ernesto Ríos
Sergio Ernesto Ríos (Toluca, 1981). Es director de la revista de literatura Grafógrafxs de la Universidad Autónoma del Estado de México. Publicó los libros: El ganador del primer premio del centro de estudios interplanetarios (Periferia de escribidores forasteros, 2019); Larga Oda a la salvación de Osvaldo (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2019) en coautoría con Minerva Reynosa; máquina portadora de cabezas (edición digital, 2018); Quienquiera que seas (FOEM, 2015); Brazuca (Palacio de la fatalidad, 2015); Obras Cumbres (Bongobooks, 2014); La czarigüeya escribe (Editorial Analfabeta, 2014), en coautoría con Diana Garza Islas; Muerte del dandysmo a quemarropa (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2012); Mi nombre de guerra es albión (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2010); Searching the toilet in juárez av.(Pimp m(t)y poetry, 2007), en coautoría con Minerva Reynosa; SEMEFO (Mirabilis, 2006), De cetrería (Bonobos, 2004) y Piedrapizarnik (Centro Toluqueño de Escritores, 2004).
Tradujo del portugués Bruno Brum a ritmo de aventura de Bruno Brum (Palacio de la fatalidad, 2017); Droguería de éter y de sombra (Palacio de la Fatalidad, 2014) de Luís Aranha; Oda a Fernando Pessoa (Palacio de la Fatalidad, 2017), Paranoia (Palacio de la Fatalidad, 2013) y Voy a moler tu cerebro (Red de los poetas salvajes, 2010) de Roberto Piva; la antología de poetas brasileños nacidos en los ochentas Escuela Brasileña de Antropofagia (Kodama Cartonera, 2011). Tradujo del inglés, con Diana Garza Islas, Una noche, senté a Donald J. Trump en mis rodillas/Y otras teorías estéticas del siglo XXI (Oficina Perambulante y Palacio de la Fatalidad, 2017), a partir de un ejercicio de Chris Rodley.
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Para Julián, León, Sisi, Andrea, Buba, Tania, Horacio, Pepe & el niño becario
Hola, me llamo Sergio Ernesto Ríos.
Mi poema en realidad no es un poema.
Los poemas, dignos de cualquier Archipámpano Peritoneal, eran esos gazapos curvados al comienzo de unos guantes.
Por este poema pasa el karma de un proyecto y su caballería tutelar.
Juan Verbigracia y Su Club de Citas Rápidas Subterráneas.
Juan Jaula.
Juan Emoji y su cascarón de carcajada.
Le abrí un agujero a la palabra proyecto.
Si pongo dos agujeros puede usarse como antifaz y animar cualquier porción de diáfano domingo, cualquier hermoso continente a la deriva llamado domingo, cualquier ubérrimo, prismático, anacrónico y egregio día.
La postrera ínsula de los automatismos gaznápiros.
Imaginen que estamos atrás del destino del poema y que su ignición y lo que sucederá frente a sus ojos será algo que puede explicarse.
Es el botadero de otro siglo.
Es una oda al ocio envuelta en malos efectos especiales.
Escamparon los villanos como una antigua odisea de langostas por el cielo egipcio.
Si alguien pregunta, se trata de un poema alineado a la estética correcta, más que un poema
es un molde de gelatina que encierra en sí la practicidad de ponerse como sombrero, en caso de lluvia.
Es un poema que aborrece este siglo pero disfruta los beneficios del pastiche, la divagación y todos los lugares comunes que estudió hace un siglo Leo Spitzer en Walt Whitman.
Y la naturalidad del sopor.
Usaré frases como “un verano de amenazas nucleares comunistas”, “eres el policía bueno y llevas incrustado un tricératops”, “el amor tiene siete nodrizas” o “vencejo de todas las regresiones”.
Mencionaré a Marylin Chambers en Behind the Green door y Rabid.
Estoy dejando correr a Mitch Murder por estas páginas.
Se ha dicho que mirar la historia dividiéndola en décadas o siglos no tiene sentido.
Estoy en el minuto 8:23 de “Current events”.
En el poema no aparece nunca un vendedor de tres bubulubus por diez pesos, para que diosito los socorra adondequiera que vayan.
Toma el mirlo vacante.
El chapucero sentir.
No te burles del entresueño
de las hesitaciones
del umbral
de la lisonja
del requiebro
de las suspiradoras rimas darks
del plenilunio
del acíbar
del murmurio
de un brote de etcéteras entre las flores del mal.
Chapucero style.
Aquí nació la poesía con su aguijón helvético.
Hay que creer en un proyecto no como intemperie, como círculo concéntrico no. Pequeño sedentarismo, exilio pequeño. Ninguna bruma, variaciones de buitres, toneles tímidos, bardos de bolsillo. Eres un abedul pisado por los zorros blancos. Y ese río en el que boquea un Robocop enamorado del plomo y sus gradaciones de utilería. Y ese río en sus remotos pabellones. O el mar. Mejor una sombrilla inversa. Verbigracia:
Un Robocop macabro alardea de su condición especial de máquina-hombre-parnasiana-atormentada-enfundada-en-cuero-negro. En la imagen esconde su turbante tripulado por pensamientos terroristas más peligrosos que el Baader Meinhof y el Comando Vermelho e Individualistas Tendiendo a lo Salvaje juntos. Ama fatalmente a Ted Kaczynski. Flota en el residuo nuclear de drones sementales. Se ve que de chiquito le desvalijaron el Pepe Grillo, se quedó en la era de los cueritos con yenes. En el siglo XVI le llamaríamos Don Palmerín de Grecia. Es una maldita rata chupaesteroides.
El proyecto no debía evidenciarse visiblemente.
Que diga “drones migratorios cazando la inspiración en campos eternos de pasifloras”, y no “estas auroras equidistantes y automáticas que planean mi más pronunciado anacronismo”.
Baba de perico.
Guiñapo.
Torniquete.
Remedo.
Ese continente tan veterano que llamas biografía se horada, se crashea en el uniforme de la indefensión. Cuando sé que debo amarme como un lechón que nada en parafina. Esperando a que duelan todos los paraísos recobrados. Pasa el vals de las carretillas rojas. Esperando en este prado de noviembre los amuletos de un rey corcovado. En su muelle mordido por la tundra. El halago ideológico o mercantil lo abandona a una indigna circunstancia existencial. Ciberdubitativo.
Mientras llega a mis labios el jardín que ignoro.
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(Fotografia: Alex Gánem)